‘Mastín y la chica del galgo’ enseña que el problema nunca es la raza, sino cómo educamos al perro


Javier Ruiz es escritor y bloguero animalista,; autor de las reflexiones, siempre interesantes, del blog Doblando tentáculos.

A Javier le gustó Mastín. “Creo que uno de los grandes éxitos es que la puede leer alguien de sesenta y alguien de quince, y ambos sacarán cosas positivas de ella”, me dijo. Como a mí me gustan su criterio y cómo escribe, le pedí que me hiciera el favor de redactar uno de los dos breves prólogos de la novela que estoy intentando que vea la luz por crowdfunding para ayudar a los animales. Y accedió.

Hoy os traigo ese prólogo. Lo hago para acercaros Mastín y para pediros que me ayudéis a que esta historia tenga cuerpo de papel. Es un libro que regalo a los animales sin hogar de Asturias, no espero ningún ingreso económico con su publicación, todo será para la fundación Amigos del Perro.

Sin más, os dejo con las palabras de Javier Ruiz sobre esta novela:

¿Cómo ayudarme en este cometido? Hay dos maneras. Una es, por supuesto, que seáis mecenas. Hay recompensas muy interesantes como poder poner nombre a un animal abandonado o contar con un dibujo de vuestro perro o gato de la ilustradora de la apartada, María Gago. Otra es difundirlo por redes sociales o recomendarlo por WhatsApp a aquellos que creáis que les puede interesar.

Fue un humorista americano quien nos dejó una de las mejores frases que se han dicho sobre los perros. Ese humorista era Corey Ford, un neoyorquino que atrapó gran parte de la verdad que viaja con cualquiera de estos animales en una idea muy simple: debidamente entrenado, el hombre puede ser el mejor amigo del perro, ¡y qué indiscutible es esto! Porque uno puede entrenar a un perro, enseñarle trucos, educarle, pero si hay algo que no hace ninguna falta trasmitir a nuestros peludos es a ser buenos, nobles y fieles: no hay por qué esmerarse en que sean nuestros mejores amigos, porque eso les viene de serie.

A esta novela que tienes entre tus manos le ocurre algo similar, porque a su autora también le acompaña una sensibilidad de esas que impresionan —como defensora de los animales, como madre, como activista— y que ha sabido trasladar a esta apasionante historia que, a su vez, es una lección avanzada de animalismo y humanidad.

Melisa emuló en su blog, En busca de una segunda oportunidad, una gesta que, de algún modo, la ha conectado con Dickens, Dostoievski y Hemingway; o con el Gurb de Eduardo Mendoza, el Alatriste de Pérez-Reverte o la Mirta Bertotti de Hernán Casciari, pues también Melisa se ha atrevido a recrear una novela por entregas, que, ahora, salta a la edición en papel. Y salta para hacerte pasar un buen rato, hacerte pensar y para darte la oportunidad de apoyar el trabajo de la Fundación Amigos del Perro. Pero lo sepa ella o no, estoy convencido de que su acción va a llegar mucho más lejos, y tengo mis razones.

​Con el fin de que empieces a leer con más ganas, si eso es posible, te diré que te vas a encontrar con una historia cien por cien animalista, y más importante todavía, cero por ciento mascotera. A lo largo de la narración, comprobarás lo que supone tener un perro, los esfuerzos y las alegrías, las pequeñas cosas: enseñarle a hacer pis cuando es un cachorro y buscar consuelo en vuestros paseos tras un mal día, que él o ella siempre percibirá y se acercará a colorearlo con su presencia y con un par de lametones. También acompañaremos a Martín, el protagonista, en su lucha por demostrar junto a Logan, el pitbull de la familia, que el problema nunca es la raza, sino cómo educamos al perro, y que nuestros colegas caninos envejecen como cualquiera, y que hace falta que todos nosotros nos impliquemos hasta comprender cada una de estas cosas como sociedad.

​Como novela juvenil, también es una historia que sabe hacer buen uso de la tecnología para conectarnos con el mundo en el que vivimos. Seguro que tú también has pensado alguna vez en cómo un smartphone se podría haber cargado el drama de Romeo y Julieta, y la mayoría de las historias que has leído. Aquí nadie se ha olvidado de la tecnología, todo lo contrario: el WhatsApp, las redes sociales y la búsqueda de wifi, porque no nos quedan datos, es algo que también acompaña a Martín.

Pero la novela no se va a quedar ahí, porque la historia de Martín no solo se atreve con la tecnología y la realidad social a la que nos enfrentamos en las calles y en los institutos, sino también con el acoso escolar, la educación sexual, la importancia del respeto, de empoderar la lucha LGTBI y el feminismo, y de vivir sin prejuicios, y, por encima de todo, se atreve con los grandes problemas que tienen los animales domésticos en nuestro país: viejas leyes que condenan a buenos perros (mal llamados potencialmente peligrosos), falta de penas contra el maltrato animal, el abandono y la desatención de seres que lo dan todo por nosotros, los escasos recursos de muchas perreras y protectoras, y, por descontado, también todos aquellos caminos hacia los que dirigirse para marcar la diferencia, desde el voluntariado al trabajo por y para los animales.

Mastín y la chica del galgo es una historia sobre todo lo importante que uno vive antes de cumplir los dieciocho, y a cualquier edad, porque no hay edad para la vida, y esta es una novela llena de vida. De vida y de una visión sorprendentemente amplia de cómo se viven las cosas en la adolescencia, pero también en la maternidad, entre los cheniles de una perrera y en familia, una palabra que, al igual que le pasa a Martín, los lectores y las lectoras descubrirán que alcanza mucho más de lo que imaginamos.




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